jueves, 17 de junio de 2010

It's time...


Hoy soñé que no podía abrir los ojos, que algo demasiado pesado se había colocado sobre ellos y presionaba cada vez más y más. Intentaba que los párpados no cedieran ante tal presión, pero cansada dejé que me vencieran de nuevo.

Es como el aire, es tan ligera que en el momento más inesperado echará las alas y volará. Volar por un sin fin de lugares que luego siempre guardará en su mente, deleitándose con los mejores recuerdos: el olor de las flores, el color tan penetrante del mar, el viento meciéndose por nuestro cuerpo... Pero, es frágil, tanto que se rompe siempre que hay un cambio demasiado brusco en su vuelo. Da una vuelta en el aire, se posa sobre la rama más fina y acaba cayendo hasta que finalmente algo detiene su caída: el suelo. Frío, duro, constante, inamovible... y despierta. Abruptamente, el cuerpo se iergue en la cama y sus ojos miran alrededor de la oscuridad que se cierne sobre ella y entiende todo.

No puede volar, no puede ser libre, no puede esperar que nada no la toque, ni que nada no consiga afectarla. Cree tan poco en sus posibilidades que cuando su esperanza aparece, la engaña y lo único que se le ocurre es decepcionarse, sentir las heridas cerradas como si se hubiesen vuelto a abrir y llora. Las lágrimas, a veces, se escapan por su interior y queman como el mismo fuego, otras veces, deja que esos diamantes en bruto se deslicen por sus mejillas y todo el mundo pueda ver el daño que hay en ella. Tarda en reaccionar, en darse cuenta del error que está cometiendo y ve que la oportunidad se disipó y no hay vuelta de hoja; nada será como antes.

Aunque todo eso ya lo supiera, los sueños siempre le juegan malas pasadas. No quiere volver a soñar, no quiere volver a cerrar los ojos y ver imágenes que no hacen más que sangrar heridas. Engañada por su propio inconsciente da media vuelta y se vuelve a cerrar en sí, dejando que el fuego que un día prendió dentro de su ser, abrase cada resquicio de su cuerpo y no quede nada más que llevarse...

miércoles, 2 de junio de 2010

No es lo que parece.

 

Respira. Es de lo único que tienes que acordarte cada día, pues si dejas de hacerlo... la oscuridad se cernirá sobre tí como un grueso manto. Con la mala memoria que tienes, seguramente se te olvida tomar aire con los pulmones muchas veces al día; todavía me pregunto como puedes seguir vivo, por que lo estás, ¿no?

Me parece que he oído mal, creo haberte entendido que lo estás. ¿Intentas engañarme? No tiene gracia y aunque la tuviera, ¿ves que me esté riendo? ¡Já! Eso es lo máximo que vas a sacar de mí. Y sí, puedes decir que las bromas no son lo mío, lo sé, soy consciente de ello y tampoco es algo que me perturbe, de todas formas, tú tampoco eres el cómico del año y ni llegarás a serlo; tu humor no llega ni a ser inteligente y si la gente se ríe es porque... bueno, yo no quería decírtelo, pero es que les das pena.

¡Uy! ¿Te has enfadado? Ya veo, ya. No te gusta que te digan la verdad de los acontecimientos. Lo entiendo, a nadie le gusta; duelen. Pero míralo por el lado positivo: mejor que sea yo que otra persona. Así que tranquilo, seas como seas, a mí me sigues gustando... ufff, no, creo que he usado una palabra poco precisa. Gustar no era lo que quería decir, más bien, te seguiré... ¡aguantando! Éso, sí, justo. Aguantar es un verbo precioso, si yo realmente sólo me hablo contigo porque, umgh, no sé porqué exactamente, supongo que de alguna manera me caes ¿bien? Bah, no, deja de incrementar tu ego. Te aguanto, no eres tan pesado como el resto de habitantes del planeta y eso está bien. Además no juzgas, no hablas, dejas que los chaparrones caigan sobre tí como granadas sin anilla, te explotan y sigues igual que siempre. 

...

Ahora entiendo porqué sigo hablando contigo, porque aún sigo viniendo cada semana a este sitio tan deprimente y me siento frente a tí. ¿Sabes? Todavía me parece verte caminar por el puerto, observando las olas romper contra la roca, dejar que tus pies se mojen cuando la marea está alta y, sobre todo, sigo viéndote en mi cuarto. Parado frente a mí, mirándome con esos ojos castaños que - como siempre - no presagiaban nada bueno, sólo que ya no sonríes, no me mueves los labios ni siquiera para burlarte de mí. Creo que eso no está bien. No, ¿verdad?

¿Yo? ¿Obsesionada? ¡Qué cosas tienes! Veo que el otro lado te está enseñando a ser más gracioso. Sí, por eso me río. Siento decepcionarte - aunque dadas las circunstancias no sé si puedo hacer eso - pero yo no me obsesiono por nada, ni por nadie, menos por tí que solo te aguant... ¿Quererte? Eres un creído, ¿te lo había dicho antes? ¿No? Pues ya lo sabes. ¡No te rías! No he dicho nada gracioso... Argh, a veces me sacas de quicio. Idiota. No sonrío por nada, bah, déjame en paz; tú siempre tienes que saberlo todo, listillo.

Bueno, vale, ¿y qué si lo hago? ¿a caso es un pecado? ¿te molesta que sienta eso por tí? Además, no era la única lunática de nuestra relación; tengo entendido que tú también me... sí, eso, que me tenías mucho aprecio. ¿No te he dicho que dejes de reírte? 

Me voy.

¿No vas a detenerme? Ya veo. Entonces, quizás no vuelva, si total nunca llegamos a nada. Esto es estúpido y yo no es-toy lo-ca ¿vale? Sí, te echo de menos. ¡No estoy perdiendo la cordura! ... A veces me permito ser dócil y darte la razón, pero no te acostumbres. Intentaré volver otro día, cuando tenga tiempo, supongo. No es obligatorio que venga y, algo me dice que tú no puedes verme a mí. En fin, cuídate estés donde estés, vayas donde vayas y, deja de hacer de ángel guardián ¿de acuerdo? Sí, prometo seguir viviendo la vida por tí. Está bien, por mí también, aunque ahora es más aburrida. No... ¡Me gusta quejarme! Lo sabes.

Suspiró y se levantó del cespéd, dejando contra la lápida una rosa blanca; sus favoritas. Se quedó parado mirando la tumba donde ella yacía, recordando los resquicios de muchas de sus conversaciones. Tenía los ojos perdidos en la nada, miraba lo que tenía delante sin ver realmente, pero todavía no había derramado ni una sola lágrima. Ella había desaparecido hacía tiempo, le había dejado solo y ahora, sólo podía imaginar lo que le diría. Hablaba con una tumba cada semana, la veía caminar a su lado y luego, era él quién hacía de guardián. Se rió dejando escapar una única lágrima que se perdió en la línea de su mandíbula para no volver, al igual que él.